Desaparezco...
Quisiera salir de mí, pero no es así de sugerente, simplemente me borro.
Soy mi propio retrato de Dorian Gray, solo que en lugar de hacerme podredumbre, desaparezco, me diluyo, me deterioro como un cartel en el metro. Ante todos, ante ellos. Y nadie presta atención.
Soy más gris que la maldad.
Joder... He sido todo lo malo que he podido, me merezco algo de contraste.
Es vergonzoso verme a mi mismo y reconocer lo que soy, peor aún: saber lo que pienso.
Peor aún: saberlo todo.
Mejor aún: así no hay quien tema a la muerte.
Los millonarios, la gente de poder ha podido pagar su espacio, sus grandes espacios limpios y frescos.
Es una constante histórica.
En todas las épocas hay motivo de envidia y rencor por mi parte, por lo que me está vedado.
Escaleras y pasadizos.
Secretos, fantasmas y amantes.
Y la imaginación que no cesa.
Si los arcos hablaran...
Tantos ojos miraron a través de ellos.
Un caleidoscopio de secretos y muertos.
Lo bonito es que aún después de tantísimos años, se sigue usando y disfrutando.
El edificio de la vieja aduana de Puebla, está vivo.
Un bello rincón en medio de la ciudad.
La niebla lo hace todo más extraño, me da una intimidad que la luz me roba.
Hace de la vulgaridad magia y misterio.
No puede hacer daño la fantasía.
